Ya en el siglo XX, con Chile pronto a cumplir 100 años de independencia, otra vez llegan numerosos cronistas y viajeros a tomar nota de las costumbres y tradiciones de cada territorio de América del Sur.
En estos primeros años del 1900, surgen a nivel mundial movimientos culturales que apuntan a registrar, observar y preservar las culturas locales. Si bien es un movimiento que abarca los museos (Guajardo, Montes, 2005) e instituciones similares, se va permeando hacia la cultura popular y masiva.
En los primeros años del siglo comienzan a ser más visibles las actividades campesinas como el rodeo y las carreras de caballos ‘a la chilena’, las que son organizadas en ciudades como espectáculo novedoso. Es una época en la que las costumbres campesinas se asocian a una identidad local. Es en este período que el poncho y el sombrero de paja se asocian a la cultura campesina, a la identidad nacional, y se comienza a representar a Chile (central) en caricaturas como un huaso, como un hombre. Tanto así, que santiaguinos posaban para fotos caracterizados como huasos.
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En cuanto a las mujeres citadinas, la adopción de modas europeas desde fines del siglo XIX –particularmente francesas-, fue una herramienta de diferenciación social, y un agente de construcción de la identidad femenina del período, resultado de la negociación interna permanente entre la apropiación, el rechazo, la imitación y la innovación de modelos externos (Müller 2021).
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Durante este siglo se destaca el funcionamiento de la emblemática fábrica de sombreros Girardi. En 1906 se comienza la construcción de la fábrica en Santiago, en la esquina que hoy conocemos como Bilbao con Av. Italia. En 1910 la fábrica ya se encontraba en pleno funcionamiento y ocupaba 20.000 metros cuadrados en la comuna de Providencia. En sus inicios en Chile, Girardi fabricó sombreros en paja de trigo e incorporó la confección de sombreros de fieltro debido a la gran producción de lana del país.
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En esta época tenemos dos entornos en los que el sombrero de fibras vegetales es un actor notable: el campo, la agricultura y la ganadería –actividades principalmente masculinas-, en la que observamos un uso habitual de sombreros de huaso y otros modelos, elaborados en poblados que posteriormente se convirtieron en centros artesanales reconocidos. Y la moda citadina, vivida en especial por mujeres, con modelos de sombreros inspirados en la moda europea. Los sombreros femeninos urbanos fueron particularmente grandes en este período, tanto, que hay numerosas caricaturas al respecto. Si hemos de guiarnos por las colecciones de museos y los relatos de artesanos entrevistados, estas prendas femeninas fueron en su mayoría importadas, de inspiración y/o origen francés, pues las que elaboraban sus ancestros eran principalmente sombreros rústicos de trabajo, y chupallas de huaso. No hemos encontrado registros de mujeres usando sombreros locales en paja de trigo.
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En la década de 1930 hubo un segundo movimiento que reafirma la cultura local campesina como imagen representativa de Chile, surgen grupos musicales de salón como Los Cuatro Huasos y Los Huasos Quincheros. En su repertorio, que incluía música tradicional y popular tanto chilena como latinoamericana, tuvieron una gran preponderancia las cuecas y tonadas. La estilización de la figura del huaso –con un sombrero en estilo cordobés de ala corta-, en gran parte se debe a estos dos conjuntos, en especial el primero; esta imagen de huaso persiste hasta nuestros días (Memoria Chilena, 2023). El traje de la mujer asociada a este personaje, era de un vestido floreado de amplia falda, y sin sombrero.
En la misma década, en la Hacienda el Huique se aprecia el uso extensivo de un bonete en fieltro, de ala corta y curva hacia arriba, y bordado.
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En la década del 40 observamos el uso de sombreros de fieltro y paja, en las ciudades y en el campo. Los de fieltro son en general modelos urbanos de ala corta y copa hundida, los que fueron adoptados incluso por hombres de campo. También se observa el uso de sombreros de huaso de ala mediana, y chupallas rústicas de trenza y ala ancha. En esta misma época encontramos fotos de mujeres con sombreras de ala muy ancha en trenzas anchas de 10 o más elementos. De este tipo de sombreras, existen varias piezas en el Museo Histórico Nacional, y en el Museo de Arte Popular Americano.
Hacia 1940 la fábrica de sombreros Girardi llegó a tener cerca de 500 operarios y se destacaba como una de las más prósperas de Santiago, que además surtía de sombreros a tiendas de distintas ciudades. Se especializó en la confección de colchas de fieltro hasta dedicar su producción únicamente a este material. Trabajaban el fieltro en pelo de conejo que era abastecido por campesinos del país, y la lana que provenía del sur.
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Ya en 1950 contamos con varias colecciones de museos, los que custodian interesantes sombreros en fibras vegetales. Desde estas piezas podemos deducir que durante el siglo XX se estiló usar bonetes en punta y ala corta, de ala ancha, como el bonete de Colchagua adornado con borlas y trenzados de cuero. También se usaron sombreros más del tipo urbano, como el calañé y el de arco o media luna −de compleja confección−, modelos presentes en la colección del Museo Regional de Rancagua y en Villa Cultural Huilquilemu. También se usaron sombreras de ala ancha en trenzados anchos de 10 o más elementos.
Colección de Artes Populares y Artesanía, Museo Histórico Nacional (Fuente: Surdoc).
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Reproducciones confeccionadas por Juana Muñoz. Colección Museo Regional de Rancagua (Fuente: Surdoc).
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En general existe más documentación de sombreros masculinos que femeninos; lo mismo ocurre con las colecciones de museos, son escasos los ejemplares femeninos confeccionados en paja trenzada, a excepción de las sombreras en trenza ancha.
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Ya hacia 1960 llega la reforma agraria, transformación social gigante que cambió la estructura de base de la hacienda. Como parte de la identificación con este movimiento, el poncho comienza a ser adoptado por grupos musicales urbanos, adheridos a la Nueva Canción Chilena, y empieza a ser una prenda de uso masivo. No ocurrió lo mismo con el sombrero de paja, que siguió relegado al campo. Observamos en fotografías de la época que eran de uso común entre campesinos, tanto sombreros urbanos en fieltro, de ala corta y copa hundida, como las tradicionales chupallas de huaso. Son escasos los registros de mujeres de campo con sombrero. En la ciudad, prevalecía el sombrero en fieltro tipo ‘calañé’, de ala corta y copa hundida.
En la memoria de los chupalleros y colchanderas, pareciera ser ésta la época de esplendor del oficio, cuando se trenzaba en todas las casas, niños, adultos y ancianos. Cuando hacer sombreros fue el sustento seguro de grandes familias.
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Ya en tiempos de dictadura, toda indumentaria que recordara los movimientos populares previos fue censurada. En cuanto al uso de sombreros, sólo fueron permitidas expresiones como las de Los Huasos Quincheros, con vestimentas de huaso de salón, esto implicaba sombreros de huaso en fieltro o paja trenzada, con copa baja y ala ancha. También se populariza el traje de ‘huasa elegante’ –que incluye un sombrero de huaso en fieltro-, que no tiene un origen campesino, sino que deviene de agrupaciones musicales. Lo mismo ocurre con el traje de ‘china’, con enaguas inspiradas en el cine mexicano, y sin uso de sombrero (Bío Bío, 2018).
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Según nos relatan artesanos en paja, en estos años las mujeres en el campo usaban sombreras y sombrerillas (también conocidas como capotas), que eran elaboradas en trenzas anchas, y cosidas a mano. A veces con una huincha de tela en el borde del ala. De estas sombreras no hemos encontrado registros fotográficos, pero aún son elaboradas en los alrededores de Ninhue y comercializadas en los mercados de Chillán y Cauquenes.
En la década de los 80 continúa la baja en el uso del sombrero, ya no sólo en las ciudades, sino también en el campo. Comienzan los booms de importaciones, y el uso de jockey se empieza a imponer en ciudades y campos. Es barato y fácil de obtener. También comienzan a llegar sombreros en fibras vegetales de origen chino, con otro tipo de tejidos y fibras, y de mucho menor costo que los elaborados en la zona central de nuestro país. El uso de la chupalla fina de huaso queda relegado a quien puede pagar el trabajo. Y la sombrera femenina queda invisibilizada en los campos y en el hogar de quienes la tejen.
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Al mismo tiempo de estas importaciones, en las localidades en que se ejercía el oficio de sombrerería en fibras vegetales, aumenta la transformación de tierras agrícolas en plantaciones de pinos y eucaliptos, lo que da otro golpe a estos oficios tradicionales. Cada vez con menos lugares donde sembrar trigo o cosechar teatina, la producción de sombreros va disminuyendo paulatinamente.
La confección de colchas de fieltro -por parte de la fábrica Girardi- se realizó hasta el año 1996 y desde ese entonces que todo fieltro para la confección de sombreros es importado. La fábrica cerró el año 2020.
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La baja en el uso del sombrero se mantiene hasta ahora, ya pasados los 20 años del siglo XXI. Pero actualmente existen varias iniciativas que buscan volver a la costumbre del sombrero, y apoyar a las colectividades que aún resisten elaborando piezas en fibras vegetales, sectores como Ninhue, Cutemu, La Lajuela, Pichidegua y Chimbarongo.
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Bibliografía
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Texto: Verónica Guajardo Rives
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