El ser humano ha buscado cubrirse y protegerse de las inclemencias del clima desde sus orígenes. De este gesto básico de supervivencia deviene la necesidad de trabajar y procesar ciertos recursos que se encuentran en el entorno natural cercano, los que la experiencia y la práctica repetida van mostrando como adecuados para la protección del cuerpo. Entre estos materiales se encuentran algunas fibras vegetales, las que una vez recogidas, limpias, clasificadas, enlazadas, entrelazadas, trenzadas, tejidas, ensambladas, cosidas, dan origen a piezas utilitarias para abrigo y vivienda, en la técnica que hoy se denomina cestería, expresión de creatividad manual que es anterior a la cerámica (Lago, 1971) y antecesora de la técnica textil, con la que comparten muchos de sus principios básicos de movimientos y cruces de fibras.
Hasta hace algunas décadas se postulaba que las técnicas de tejido y trenzado de fibras de los promaucaes -los nativos de la zona centro de Chile- eran posteriores al contacto con incas y españoles. Pero éstas datan de siglos antes, lo que se ha podido establecer gracias a hallazgos arqueológicos.

Los promaucaes son los primeros habitantes del Valle de Rancagua de los que se cuenta con una descripción histórica. El nombre es una denominación quechua que los incas utilizaban para definir a los pueblos que no habían sido sometidos: purum awqa = «gente salvaje”. Los mapuches los incluían dentro del grupo de los pikumche, «gente del norte». Constituían una unidad cultural o identidad diferenciada del resto de los picunches, como los que habitaban al norte del Maipo, nombrados mapochoes, y al sur del Maule, designados maules y cauquenes. Su particularidad, desde el punto de vista de los invasores, fue su mayor capacidad militar y voluntad de lucha. Eran agricultores y construyeron algunas obras de regadío. Dejaron además vestigios cerámicos. Las investigaciones han indicado que los promaucaes iniciaron la construcción del Pucará de La Compañía y un puente colgante de cuerda y mimbre sobre el río Cachapoal (Del Río, Tagle 2001), entre los poblados indígenas de “Kuinco”, actualmente Coínco y Doñihue. Este puente que facilitó las expediciones incaicas hacia el sur de su imperio, fue utilizado por los españoles para extender hacia el sur la conquista territorial y constituía el paso obligado de los viajeros en el tiempo aún hasta las primeras décadas de la República. Además se han registrado puentes colgantes de fibra vegetal sobre los ríos Aconcagua, Maipo y Mapocho (Castro, Lacoste, Mujica, 2020).

La técnica de la aduja, que consiste en la unión mediante costura a mano de un conjunto de fibras enrolladas sobre sí mismas en forma espiral, fue utilizada por los pueblos prehispánicos de nuestro territorio (Barrera, 2015), y a pesar de que las condiciones climáticas han impedido la conservación de canastos, esteras o tocados, existen dos registros de restos arqueológicos de fragmentos de cestería encontrados en zonas de altura en Doñihue y Pangal (Del Río, Tagle 2001).
Los primeros reportes y descripciones de la vestimenta de los promaucaes provienen de los primeros españoles que llegaron a la zona, como Jéronimo de Vivar (1558), quien describe la indumentaria de los indios del valle del Aconcagua, relatando que usan el cabello suelto, largo, sin prenda que les cubra la cabeza. El traje de los Promaucae era igual que los del Mapocho. Los jefes pikunche en ciertas ocasiones usaban tocados de plumas (Vivar, 1558).
Este traje dejó de usarse hacia 1550 y se reemplazó por vestimenta de algodón de estilo quechua traída del Perú.
El mismo autor relata sobre los indios de Concepción que usan la cabeza rapada, a ‘manera de fraile’, y las mujeres tienen su cabello como muy preciado.
Hacia 1565, los varones traían el cabello largo y hendido, la cabeza descubierta con una faja o cinta. Los Lonko usaban una diadema de plata con turquesas y corales de colores; cubrían su cabeza con pieles de animales, cayendo la cabeza hacia la frente y la cola hacia la espalda. Las mujeres llevaban descubierta la cabeza, desatado el cabello al que le hacían un nudo detrás de la cabeza durante la menstruación (Fernández del Pulgar, s/f).

Representación creada por Pedro Suberscaseaux.
En 1575, Góngora de Marmolejo relata que ‘traen el cabello cortado por debajo de la oreja y por cima de los ojos’.
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Bibliografía:
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http://jaimevera.cl.tripod.com/pikunche.html. Recuperado el 21 de marzo de 2023.
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Bravo C., J. Al rescate de la etnia Promaucae. https://lamula.pe/2013/09/03/al-rescate-de-la-etnia-promaucae/noticiasser/ Recuperado el 21 de marzo de 2023
Castro San Carlos, A. A., Lacoste, P., & Mujica, F. (2020). Origen y evolución del mimbre de Chimbarongo (1762 – 2017). Estudios Atacameños (En línea), (64), 127-151. https://doi.org/10.22199/issn.0718-1043-2020-0010
Del Río, C. Tagle, B., (2001). Región de O’Higgins. Breve relación del patrimonio natural y cultural. Rancagua, Chile, Corporación de Desarrollo Pro O’Higgins.
Fernández del Pulgar, P., ca. (1650). Historia del orígen de América o Indias Occidentales.
Lago, T., (1971). Arte popular chileno. Santiago,Editorial Universitaria S.A.
Núñez E., Lacoste P., (2017). Historia de la chupalla: sombrero de paja típico del campesino chileno. Idesia [online]. vol.35, n.1, pp.97-106. ISSN 0718-429. http://dx.doi.org/10.4067/S0718-34292017005000017.
Vivar, J. de., (1558). Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile: tomo 2. Edición facsimilar y a plana del Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, 1996.
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Texto: Verónica Guajardo Rives
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